Las mujeres…no deberíamos conocernos mejor?

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Todas las mujeres, cuando tenemos catorce o quince años, estamos sumamente preocupadas por tres grandes temas: el acné, la silueta y las toallitas higiénicas (¿con alas o sin alas?), Cuando avanzamos una década más, a las toallitas no les damos importancia, el acné, si lo hubo, ya pasó, y la silueta sigue siendo una especie de horóscopo a través del cual nos quieren hacer creer que podemos predecir cómo nos irá en la vida. Pasa otra década, y ahí nos cuestionamos otras cosas, que llegan acompañadas de una preocupación generalizada, además de las primeras arrugas, aparecen por primera vez en nuestras biografías signos de algo imprevisto, sorprendente y escalofriante: la interioridad del cuerpo.

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Mientras nos preocupábamos por el afuera… ¡teníamos un adentro! Eso que parecía una mera funda, eso que usábamos apenas como el anzuelo para atraer miradas, eso que manteníamos a raya permitiéndonos las pastas solamente una vez por semana, era algo más complejo, algo que antes, en la época de las toallitas, funcionaba solo y casi sin ayuda. Y de pronto, un buen día, cierto cansancio, cierta pereza, cierta mala espina lo empuja a asestarnos sus primeros achaques. Entonces, el hígado nos patea en contra, hay que dejar de fumar porque las escaleras ya se nos resisten, las cervicales nos marean, la miopía va en aumento, la mamografía anuncia la llegada de un nódulo que es mejor investigar, una noche de gloria se paga con un día de resaca, dolores musculares nos invitan a corregir la postura, por dentro, desde la época de las toallitas, nunca han dejado de pasarnos cosas. Cosas invisibles que nuestros cuerpos manejan de acuerdo a una economía desconocida. Sumados, esos mínimos sucesos interiores que se habían adecuado a nosotras, un día provocan un atentado terrorista, y es entonces cuando advertimos que toda la vida fuimos éstas que vemos en el espejo, pero además esas otras que se esconden de la piel para adentro.
Antes de que empecemos a tomar yogur para mejorar el humor y no para hacer dieta, una circunstancia nos devela a las mujeres la magnificencia de nuestros interiores: el embarazo. Las que somos madres nos asomamos, en ese trance de la gestación, a una multitud de acontecimientos increíbles.

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Pero, epa: hemos sido espectadoras de nuestras maravillas internas recién cuando nuestros cuerpos se preparaban para la ceremonia que celebra tanto la especie como la institución. Nuestros cuerpos al servicio del otro. El otro más amado…pero el otro. ¿Poseemos un cuerpo o el cuerpo nos posee? ¿Qué relación hemos sido capaces de establecer con nuestros músculos, con nuestros nervios, con nuestros conductos más secretas? ¿Por qué no se nos instruye, ni instruimos nosotras a nuestras niñas, para hacerle compañía y dejarnos acompañar por ese cuerpo del que dependemos y que depende de nosotras?  Una inercia feroz nos lleva a volver a creer que somos las de afuera, y cuando el interior se nos impone es porque ya algo nos duele. Deberíamos hacer algo al respecto. Ser quienes somos incluye ese cuidado, esa caricia, esa conciencia de la vida que anida en los huecos más profundos de las vísceras, de los huesos, de los tendones.

 

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